La trampa de la libertad financiera
- Didio Pena Infante
- 11 oct
- 6 Min. de lectura
Por qué acumular mas no te hará libre, y cómo construir una verdadera independencia desde el valor que creas a la sociedad.

Si te dieran la oportunidad de escoger entre recibir un millón de dólares o desarrollar la capacidad de generar todos los meses, por el resto de tu vida, el dinero suficiente para cubrir el costo de tu calidad de vida, ¿cuál elegirías?
Me tomó 30 años entender que la seguridad económica no se alcanza acumulando capital. Se alcanza logrando la capacidad de generar recursos en cualquier momento.
La verdadera libertad financiera no es tener mucho dinero rentando; eso es la más clara definición de esclavitud financiera. Es un escenario en el cual vives en constante tensión, revisando el estado de tus activos y la incertidumbre de la economía mundial, donde —inconscientemente— “expertos” te han vendido la idea de que pueden predecir el futuro y asegurarte el mejor resultado: alta rentabilidad, corto plazo, bajo riesgo. Y donde has convertido el dinero en el centro de tu existencia, cuidándolo a cada minuto para que no merme, lo cual es inevitable en muchos casos.
A medida que acumulas capital, acumulas preocupaciones, tensiones, envidias y responsabilidades. Empiezas a perder tiempo para dedicar a otras cosas que, según tu escala de valores, podrían ser más importantes que cuidar un portafolio de activos que eventualmente se comerán las polillas: tu familia, tu salud, el disfrute de los verdaderos placeres de la vida, que en su mayoría son gratis.
Buscando ganar el mundo nos perdemos de nosotros mismos. Las cosas pesan y ocupan espacio, nos restan movilidad —una característica cada vez más importante en esta época de constantes, inesperados y rápidos cambios—. La adaptabilidad es la principal característica que nos permite evolucionar.
Llenamos nuestro garaje de cosas que no necesitamos, y así difícilmente podemos movernos, adaptarnos, evolucionar. Y ahí es donde puedo entender cómo pasa más fácil el camello por el ojo de la aguja: el camello no “tiene” cosas, no carga maletas, no se mueve con un baúl de lado en lado. Hay que soltar el peso para poder volar.
¡Pero claro!, cómo no vernos invitados a disfrutar el banquete de la vida: “una ostra chilena, un beso en París”, viajar en primera clase y ver la obra de teatro en primera fila. ¡Claro! La vida es un banquete al que todos estamos invitados, pero pocos realmente tenemos el arrojo de vivir plenamente. No se trata de despilfarrar dinero, sino de ponerlo en su sitio: el de siervo y no el de amo; el de instrumento para algo superior y no el de acumulación frente al temor de la escasez.
La verdadera libertad financiera, para mí, radica en la capacidad de tener la capacidad de generar siempre el dinero suficiente para cubrir el costo de mi calidad de vida.
Elaborar sobre esa corta frase ocupará mi tiempo el resto de lo que me quede de vida. Parece una frase sencilla, pero no lo es. Es todo un desafío filosófico, espiritual, psicológico, teológico, sociológico y, claro, financiero.
Liberarse del peso que ejerce nuestra situación financiera y la convención del dinero implica un camino de descubrimiento: el de que el verdadero valor está dentro de mí y no afuera; el de reconocer mi capacidad para generar valor a la sociedad con lo que hago y por lo cual soy compensado. Eso implica un camino de autoconocimiento que pasa de lo psicológico a lo espiritual, a lo místico, lo sagrado, lo transpersonal.
Cuando pensamos en “calidad de vida” hemos comprado estándares de éxito y bienestar. Ya no es suficiente con tener una cama caliente y un buen plato de sopa. Ahora la cobija debe ser térmica, o por lo menos de plumas de ganso, y el plato de sopa ya es más un menú internacional en restaurantes de clase pseudo-Michelin.
¿Qué es calidad de vida? Realmente, ¿qué necesitas para cubrir tus necesidades, incluyendo los gustos (que para mí son los más necesarios en muchos casos)?
Hay una frontera eficiente en el aprovechamiento de las cosas materiales, que es para lo que realmente son: para aprovecharlas. ¿De qué te sirve tener una casa de playa si vas una vez al año? ¿De qué te sirve tener una vajilla de plata cuando un plato de Ikea cumple la misma función?
No es un juicio, no me malinterpretes. Hay una frontera eficiente del aprovechamiento de las cosas materiales, de su función. Luego, tal vez valoramos cosas como el estatus, el lujo, el prestigio, o la calidad, la durabilidad, la singularidad, la funcionalidad. Eso es lo que es importante aclararnos.
En este mundo “Temu” de consumismo exprés, yo prefiero invertir en unos buenos zapatos de cuero que cuestan cuatro veces lo que cuesta un par de zapatos chinos, porque sé que me durarán unos buenos años. Pero si hablamos del caballo o el lagarto en el pecho de la camisa, prefiero una del almacén por departamentos, que sin la “marca” cumple la misma función y cuesta un décimo.
¿Cuál es tu número? ¿Cuánto cuesta tu “calidad de vida”?
Tal vez eso sea lo primero.
Lo segundo: ¿cómo la vamos a financiar?
Yo puedo ver dos etapas claras en la vida: la primera, en la que generamos dinero con nuestra actividad económica y a la vez construimos patrimonio con el principal objetivo de financiar la segunda, en la cual ya físicamente no podemos seguir generando.
Veámoslo con un ejemplo:
He llegado a la conclusión de que mi calidad de vida cuesta $5.000. En una primera etapa buscaré con mi actividad generar ese dinero, con una actividad económica ideal (de lo que hablaré en otro momento), no con el “yugo del trabajo”, esa idea que compramos y que nos somete a una actividad que no nos permite disfrutar plenamente de la gracia y la capacidad creativa que todos tenemos por naturaleza.
Parte de lo que yo considero “calidad de vida” es contar con una capacidad de ahorro que me permita construir patrimonio para financiar esa segunda etapa en donde ya no podré, físicamente, ser productivo. No hay que confundir ahorrar con acumular, pues incluso al ahorro también aplica el concepto de frontera eficiente. Hay un punto en donde el ahorro o la construcción patrimonial ya no tendrían sentido dentro de esta idea que trato de presentar.
Supongamos que es a los 75 años cuándo ya no puedo generar con mi actividad económica ideal esos $5.000. Y supongamos que espero caminar por este plano terrenal hasta los 100. Lo que quiere decir que hasta los 75 años me ocuparé de generar valor a la sociedad y ofrecer un producto o servicio que me genere $5.000 al mes. En ese momento, y solo en ese momento, empezaré a vivir de la gestión de mi patrimonio de activos.
Es decir, debería financiar 25 años con lo que he ahorrado antes de los 75. En mi caso, tengo 48, y para el ejercicio supongamos que no he ahorrado nada, y que apenas hoy tengo la conciencia de que sería bueno hacerlo si quiero financiar los últimos años de mi vida, en los que no podré generar con mi actividad económica.
Buscando un interés del 7% anual, necesito $700.000 para financiar los 300 meses —de los 75 a los 100 años— con $5.000 al mes.
Tengo $700.000, saco $5.000, y lo que queda se reinvierte al 7% anual, empezando una fase de descapitalización que terminará a los 100 años con el retiro de los últimos $5.000 que me quedan en el banco. (Si vivo más de 100 años… bueno, eso ya se lo dejo a Dios. Esta es la parte espiritual del análisis.)
Una cosa es clara en este análisis: debo llegar a los 75 años con $700.000 en el banco.
Tengo 48; me faltan 27 años para los 75, es decir, 324 meses. Partiendo de cero y buscando la misma rentabilidad del 7%, tendría que ahorrar $730 mensuales para llegar a los $700.000. Dentro del cálculo del costo de mi “calidad de vida” hoy debería haber una partida de “ahorro” por $730, y los $4.270 restantes se ocuparían en gastos y gustos.
Conclusión
La verdadera libertad financiera, para mí, radica en la capacidad de hacer del dinero un sirviente y no un amo. En usarlo para lo que es: para aprovechar la maravilla de la vida, enfocándonos en crear valor a la sociedad. Eso es lo que realmente nos permitirá generar ingresos, que no serán sino el resultado inevitable del agradecimiento por ese valor que generamos.
Prever que llegará el momento en que físicamente no podamos generar esos recursos, y construir un patrimonio determinado por esa frontera eficiente —y no por una necesidad de acumulación o una ambición más allá de nuestra necesidad—, hace parte de esa calidad de vida a la que tenemos derecho y que debemos asumir como responsabilidad personal.
La verdadera libertad financiera es la capacidad de cazar nuestra propia presa y tener en la nevera solo lo suficiente para cuando llegue el invierno y ya no podamos salir a cazar.
La mejor inversión que puedes hacer hoy es invertir en tu propia capacidad de crear valor.

