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El dinero a tu servicio, no al revés

  • Foto del escritor: Didio Pena Infante
    Didio Pena Infante
  • 24 oct
  • 4 Min. de lectura
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¿Si tuvieras que escoger entre dinero o felicidad?


Esta no es cualquier pregunta.


La inmensa mayoría de personas tratará de argumentar que, si pudiera, escogería las dos. Un gran número, claramente más emocional, escogería la felicidad, guardando tal vez muy en secreto alguna esperanza de que ella lleve el dinero. Y unos cuantos, tal vez más racionales, argumentarían que preferirían el dinero, pues él eventualmente, y con seguridad, llevaría a la felicidad.


No necesitamos ser neurocientíficos para poder comprender que el dinero tiene un componente emocional importante en nuestras vidas y que no hay felicidad sin pan. Eso es claro y ha sido ampliamente estudiado por la psicología de las necesidades humanas.


Tampoco necesitamos mucha argumentación científica para poder establecer que la búsqueda incesante del dinero, que lleva a la codicia y a la desmedida ambición, puede conducirnos a lugares muy oscuros de la consciencia y del comportamiento humano, donde el dinero se convierte en causa de sufrimiento.


Me atrevo a afirmar que la escasez de dinero es un claro factor determinante de angustia y sufrimiento, pero también mucho dinero puede serlo, en igual o mayor medida.


Punto de inflexión


¿Cuánto dinero crees que puedes soportar antes de que te complique la vida?


Estoy convencido de que todos los seres humanos tenemos un punto de inflexión en cuanto a la capacidad de soportar la energía del dinero. Algunas personas se pierden con unos cuantos pesos; otras pueden aguantar grandes sumas de dinero y riqueza en su patrimonio sin perder el foco en lo que para ellas es fundamental y trae bienestar real a sus vidas y a las de sus seres queridos.


Es como si cada uno de nosotros tuviese un “fusible” donde el dinero deja de ser una herramienta y se convierte en un objetivo. ¿De qué amperaje es tu fusible?


Cuando tenemos al dinero como una herramienta, un instrumento, es claro para nosotros que hay algo superior que es lo que realmente nos mueve: “Busco dinero para dar condiciones dignas a mi familia.” “Busco dinero para sostener la actividad económica que desarrollo.” “Busco dinero para hacer realidad un proyecto que trae bienestar.” “Busco dinero para…”


He logrado darle un sentido mayor a mi vida y, en coherencia, uso el dinero para materializarlo, experimentarlo, vivirlo, transmitirlo. No me mueve el dinero; me mueve materializar un sentido mayor, y eso me da fuerza para resistir la “energía del dinero” sin que mi fusible se funda.


El misterio de la vida lleva a que algunas personas logren eso que buscan y, en ocasiones, lo excedan, pudiendo traspasar una frontera donde más dinero ya no ayuda a su propósito, sino que empieza a generar problemas.


Envidias, traiciones, paranoia, violencia… Ese es el punto donde el dinero se puede convertir en el amo y no en el sirviente. Ese punto donde ya se olvida el sentido para el cual lo estaba utilizando y empiezo a ser utilizado por él.


En este punto ya “necesito dinero para sostener un estándar de vida.” “Necesito dinero para responder por unas obligaciones.” “Necesito dinero para mantener una imagen.” “Necesito dinero para…”


¡Qué bueno que es el dinero! Cuántas cosas buenas se pueden hacer con él. Pero qué importante es conocer ese punto de inflexión donde nos perdemos de nosotros mismos. El dinero sagrado, el que sirve a la sociedad, es el dinero que llega a nuestras vidas tanto cuanto podamos soportarlo sin perdernos.


“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si se pierde a sí mismo?”


Apego o preferencia


“Es mejor ser rico que pobre”, dijo el boxeador Pambelé. ¿Inocencia? ¿Inconsciencia? ¿Sabiduría? “Tener mucho dinero no trae la felicidad, pero prefiero llorar en un Ferrari”, dijo algún impúber influencer en algún momento…


Riqueza y felicidad… ¿y si se pudieran desligar estos dos conceptos?

Yo lo he visto. Conozco gente con muy poco dinero pero inmensamente feliz. Conozco gente con mucho dinero, angustiada y miserable.


Cuando decidimos darle a nuestra vida un sentido mayor, el dinero es una simple preferencia que nos ayuda, pero que no se hace fundamental. No le resta fuego a nuestro corazón tenerlo o no tenerlo. Claro, facilita muchas cosas, pero no se convierte en objeto de ambición.


Mucho hemos oído que las cosas más hermosas e importantes de la vida son gratis: compartir con la familia, con los amigos, ayudar y confortar al necesitado con nuestra presencia, con nuestra energía. Son cosas para las que no necesitamos dinero. Tal vez ahí podemos apreciar cómo el tiempo es el recurso supremo, es la inversión suprema, y quien puede destinarlo hacia el sentido personal que ha constituido para su vida es un afortunado.


Es un ser consciente.


Claro, puedo preferir viajar en primera clase y disfrutar de las comodidades y los placeres de la vida. Pero no poder hacerlo no me hace perder el norte, el sentido que he decidido darle a mi vida. Ese sentido que está más allá de lo material, donde todo lo que pueda conseguir se hace útil en la medida en que me acerque a ese sentido mayor, y pesa mucho en la medida en que no.


Las cosas pesan. Viajar liviano es un placer; esto lo puede verificar cualquier nómada moderno. Las cosas pueden ofrecer comodidad y placer, pero comprender que difícilmente nos definen es un verdadero tesoro. Es una comprensión que pocos llegan a integrar en sus vidas. Es un verdadero “presente”: mis posesiones no me definen, y aun así puedo tenerlas sin perderme.


Preferencia, no apego.


¿Dinero o felicidad?


Tanto dinero, cuanto me permita experimentar la maravilla de la vida sin perderme del sentido mayor que le he dado.


No olvides: el dinero está a tu servicio, no al revés.


 
 
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