“Si los expertos en bolsa fueran tan expertos, estarían comprando acciones, no vendiendo consejos”
Norman Ralph Augustine
-Buenos días señor Peña, le llamamos de Citibank...
-Queríamos saber si tiene presente que tiene una mora superior a 30 días en su crédito de libre inversión...
Con la cuenta en sobregiro, y las tarjetas llenas ya no tenía sentido actuar como si no lo supiera, me embargaba la tristeza saber que yo, un asesor financiero “idóneo” atravesara por esta situación...
En primer semestre, vimos una materia que se llamaba “Vida de la Empresa”. En nuestra primera clase el profesor Vizcaíno preguntó: ¿Cómo se ven en seis o siete años? Yo había recibido una educación jesuítica de más de trece años: “Ser más para servir mejor”, “a mayor gloria de Dios”, son máximas grabadas en mi mente de por vida. La proactividad también me ha acompañado y la incontinencia participativa cuándo se requiere de algún voluntario. Levanté mi mano y con la seguridad de un bachiller recién graduado, respondí: ¡Dr. Vizcaíno, me veo sirviendo! a lo que respondió el profesor emprendedor: ¿Sirviendo tintos?, un salón catedrático de casi doscientos alumnos de primer semestre soltó una estruendosa risa...
No sé bien por que estudié finanzas, para mí siempre fue mas natural la historia, la filosofía las humanidades. Tal vez por ese esfuerzo de ser mas, decidí apostarle a profundizar en las áreas del conocimiento que me daban mayor trabajo. Una vez me gradué de Finanzas sentí un profundo vacío, pues no quería hacer parte de un voraz mundo corporativo dónde el dinero era el eje, la razón de ser y el centro sobre el cual, más expresamente que en cualquier otro negocio giraba toda la actividad. Un mundo rápido, lleno de egos, personalidades megalómanas y falsas caretas de abundancia vestidas en Armani y Ferragamo. ¿Que propósito servía a la sociedad esto que había estudiado?, ¿como podía ser más para servir mejor?
Entré a trabajar en un fondo de pensiones como asesor financiero, en dónde la que sería mi jefe Jimena Rodríguez, me preguntó: ¿y que tal es usted para las ventas?, me sentí ofendido, yo era un profesional de una de las universidades más prestigiosas del país. ¿Vendedor yo?... pues no sé que tan buen vendedor sea, lo que sé, es que, si creo en algo, apasionadamente, puedo argumentárselo a otro y lograr que compre mi idea. Han pasado casi diez y ocho años desde ese día, y no he hecho otra cosa un sólo día de mi vida, que no sea vender. Soy un vendedor de ideas.
Finalmente, en este trabajo pude ver la importancia que tiene para la estabilidad de una familia organizar las finanzas, cómo podía desde esta posición de “asesor” ayudar a crear consciencia de la importancia que tenía el manejo del dinero como medio, no como fin, y empecé a desarrollar una carrera fundamentada en las relaciones de largo plazo dentro de la “Planeación Financiera Familiar”, me empecé a apasionar por el tema y el estudio constante fue un compromiso. Mercado de Capitales, Derecho Tributario, Seguros, Derecho Fiduciario, Derivados, Pensiones y por supuesto Ventas, fueron temas recurrentes en los libros, cursos y especializaciones a las que empecé a dedicarle tiempo adicional. Vivía en la medida de lo posible la máxima de “Ser más para servir mejor”.
Diez y seis años pasaron, más de una decena de asesores financieros y una oficina de a lo menos ocho operativos que respaldaban los negocios “al servicio de la sociedad”. Pero algo no estaba bien, no sentía que estuviese haciendo algo que realmente aportara, a pesar de mi esfuerzo y de mi compromiso con capacitar a los asesores, buscar los mejores proveedores y enseñar a mis clientes, los resultados no pasaban de ser los de una lucrativa agencia de seguros e inversiones: Vendedores que vendían, Clientes que compraban e Instituciones que presionaban.
Llegó la crisis:
En vísperas de mi cumpleaños 40 y como anunciando la crisis del medio día que a algunos nos llega, a mediados del 2016, una empresa con la que trabajábamos hace unos años, reconocida en el mercado y sin tacha quebró, consigo enredo más de 200.000 mil millones de pesos en créditos de libranza. Fue un duro golpe, nosotros luego de tres años de buscar entender el negocio, habíamos celebrado y ejecutado con éxito un contrato de corretaje para esta empresa. Nuestros clientes, las familias a quienes habíamos buscado asesorar, servir, ayudar habrían de perder parte de sus recursos en esta debacle.
Me cansé, me di cuenta que mi ego no me dejaba ver, que yo no estaba para ayudar a nadie, ni para ser el salvador ni la solución a los problemas financieros que la gente no tenía el valor de abordar por si mismos. Me di cuenta de la mediocridad de las instituciones gubernamentales y su burocracia, que en realidad son muy poca garantía en el mercado financiero, de la ambición de las instituciones financieras que se excusan en su naturaleza de “medio y no de fin” para hacer y cobrar lo que se les da la gana, de la mediocridad y la falta de compromiso de nosotros los asesores, quienes nos permitimos ser vistos como la solución a los problemas que angustian a las personas y las familias, pero que en muchos casos sin mayor compromiso estamos simplemente detrás de un cheque de comisión, me canse de ver de que los mismos clientes a los que asesoramos, poco les importa administrar y gestionar su dinero.
Sí, entré en crisis. Recompré a mis socios, despedí asesores, y operativos y me quedé a lidiar sólo con impuestos, liquidaciones y deudas corporativas. Solo, con Yoana mi asistente en 200 metros cuadrados de oficina, la realidad me golpeó, el flujo de salida superaba mes a mes el de entrada y me veía complicado para llegar al día 30, los bancos llamaban incesantemente apenas pasaba uno o dos días de la fecha acordada de pago. Nuevamente mi ego me había jugado una mala pasada y me hizo pensar que la solución era terminar todo de un tajo y que no necesitaba de nadie para repensar mi negocio y continuar como si nada.
Seguí empeñado en hacer de la asesoría financiera, un servicio que realmente aportara a la sociedad. Pero tenía que capitalizar lo aprendido todos estos años. Mis clientes, mis mejores maestros, me dejaron ver como el problema de las finanzas personales no es el dinero, no son las inversiones, realmente el problema radica en las emociones.
El estrés, la angustia que nos genera la fantasía de un futuro incierto, hace que sobrevaloremos el dinero y todo su andamiaje alrededor: Las inversiones, los emprendimientos, los activos, las deudas, no son otra cosa que generadores de estrés en una dinámica de vida moderna en búsqueda del “dorado” de la felicidad, la abundancia y el éxito. El dinero es la causa de separaciones, depresiones, peleas incluso suicidios. El dinero rompe matrimonios, separa hermanos, e incluso padres e hijos. Hoy veo como, abordar el tema del dinero y las finanzas personales debe ser dentro del contexto de las emociones que este genera en nosotros. La crisis personal que viví me validó y expuso esto en mi propia realidad.
Llegué a terapia, mas buscando conocimiento que contención, y para mi sorpresa encontré un mundo nuevo que va en línea con mi propósito de servicio, de ayudar a reducir los niveles de ansiedad que nos aqueja y en mi caso de interés, que genera el dinero en nosotros. Me di cuenta de que nadie da de lo que no tiene, y que es necesario empezar a conocerse uno mismo, ver sus propios miedos y hacerse responsable de su propia realidad, así que empecé terapia también, mucha terapia, también monté mucho en moto (que para mi es otro tipo de terapia muy efectivo). Vendí activos, liquidé inversiones, pague deudas y empecé mi búsqueda del sentido de las finanzas y el dinero en nuestras vidas, leí mucho, escribí un libro, reformulé mis servicios de asesoría financiera, empecé un emprendimiento forestal, y empecé a formarme en terapia Gestalt como un compromiso egoico que no puedo soltar del “ser mas para servir mejor”.
Ahora con Camilo, un buen amigo de la universidad, con su propio camino y que hoy se alinea con el mío, nos unimos para hacer talleres y seminarios, que ayuden a crear consciencia y bajar los niveles de ansiedad que el dinero lleva a nuestras vidas para así poder crear y transmitir valor a la sociedad, explotando nuestro propósito y construyendo día a día la felicidad que da una vida con sentido.
Así pues, si me encuentro con el Dr Vizcaíno puedo mirarlo y decirle con seguridad que estoy sirviendo.