Vivimos en una sociedad neurótica. En mayor o menor medida usted y yo experimentamos una neurosis que desconocemos, la ansiedad con la que vivimos, hace ya parte natural de nuestro día a día, hemos desarrollado toda suerte de conductas adaptativas y mecanismos compensatorios para desconectarnos de ella, para lograr superficial y temporalmente, disminuir los niveles de estrés. El vacío presente de la incertidumbre existencial, se llena con promesas futuras de logro y de éxito, de encontrarle sentido a nuestra existencia y de llenar dicho vacío con dinero.
Estamos dormidos, y no lo sabemos. Nacimos en un plano terrenal ya concebido, enmarcado en unas normas sociales y unas dinámicas propias de la “evolución” del ser humano. En este escenario nos hemos desenvuelto, aceptando lo que nos han dado, lo que nos han dicho, lo que nos han presentado. Sin oír nuestra alma vivimos “verdades” impuestas, que nos generan angustia, sesgando nuestra propia percepción de la realidad.
Mandatos familiares, sociales, religiosos, enmarcados en una moral construida en un proceso evolutivo de la propia especie humana, sesgada por luchas de poder y dinámicas dirigidas por la necesidad de sobrevivir a nuestro a propio instinto de poder, de dominación de ambición. La ley de “el mas fuerte” que al parecer fue mutando entre el mas fuerte físicamente, al mas fuerte económicamente, pero que simplemente cambió su disfraz, pues sigue siendo la fuerza ya no física del cuerpo, sino intimidatoria del poder que trae el dinero, de la maquinaria militar y policial.
Esta ley del mas fuerte, hace que sea el miedo el que dirija nuestros destinos. El miedo que se constituye como el principal enemigo del gozo pleno de nuestra experiencia presente, creando dinámicas opuestas entre lo que nos grita nuestra alma y lo que nos presenta el status quo, enmascarando el dinero como la solución a ese sentimiento de invalidez e indefensión y por ende haciendo de su búsqueda a todo costo nuestro fin, para así poder lograr un sentimiento de seguridad que nos permita disfrutar la vida que se nos ha dado.
Si tengo dinero, tendré seguridad, y si tengo seguridad podré disfrutar plenamente de mi experiencia terrenal. Equivocadamente hemos encontrado en el dinero, la vacuna contra el miedo. La “neurosis del dinero”, esa percepción errada, de que si logramos acumular suficiente poder económico estaremos seguros. De ahí que vivamos en un estado de ansiedad e intranquilidad, de frustración, depresión, sensación abrumadora de insatisfacción, asociada al concepto de dinero y de riqueza que no nos permite disfrutar del presente ni vivir de manera abundante y libre y que limita nuestro potencial como creadores de valor.
¿Para qué estamos aquí?
¿Cuál es el sentido de la vida?
¿Cómo encuentro mi propósito?
Usamos el dinero como un pretexto que le dé sentido a nuestra vida. Sin embargo no nos damos cuenta de que la vida no tiene sentido, el sentido de la vida no se encuentra, el sentido de la vida se crea con cada momento presente. Usted le dá el sentido a su vida, y al papel del dinero en ella. Buscamos un propósito, apuntamos a él ansiosamente, lo visualizamos como un ideal futuro, y buscándolo, nos olvidamos de vivir…
El futuro es un hábil embaucador, que nos seduce, que nos provoca, que atrae, que promete. Deslumbrados por sus promesas nos perdemos de lo único cierto: El presente. El Futuro es un hábil opresor, que nos intimida, que nos asusta, doblegados muertos de miedo nos perdemos de lo único real: El presente. El Futuro no existe más que en nuestra ansiosa mente, pues cuando llega, nos damos cuenta que es el presente.
Aceptar que la vida es un misterio, y que por más que lo busquemos, nunca podremos prever cuál es el destino que nos tiene preparado. Rendirnos y aceptar que el gran propósito, la razón de nuestro existir, sólo se podrá apreciar con nuestro último respiro, sólo cobrará sentido cuando se escriba la última letra, cuando se dé el último pincelazo, cuando suene la última nota. Antes no estará terminado, por lo tanto no podrá ser apreciado en su totalidad, no podrá ser comprendido, no podrá ser encontrado.
Nos desenvolvemos en una sociedad de consumo que nos presiona, que nos confunde. La exitología, los deberes impuestos por el Status Quo en que nacimos, las frustraciones y miedos de nuestros ancestros, de nuestros padres, de nuestras familias, de nuestros seres queridos, quienes han depositado en nosotros grandes expectativas, de logro, de éxito, nos generan ansiedad y nos confunden, no nos dejan disfrutar y vivir plenamente.
Nos dejamos guiar neuróticamente por cantos de sirenas, que con su seductora voz, y promesas inalcanzables, nos van dejando exhaustos como el perro que sin sentido persigue su propia cola, y llevan, inevitablemente nuestro barco hacia los más peligrosos acantilados de la inconsciencia y la frustración existencial.
Inconscientemente nos dejamos presionar y surgen los “deberes”, los modelos a seguir, las verdades reveladas, y los perseguimos como autómatas, sin siquiera detenernos a analizar por nuestra propia cuenta que es lo que realmente queremos, que es lo que nos motiva en la vida, que nos impulsa a vivirla. No hemos desarrollado un pensamiento crítico, nos atemoriza cuestionar, poner en duda las "verdades" que vehementemente llegan a nuestros oídos y nos conformamos en silencio con lo que nos "toca", con lo que otros nos sirven en nuestro plato.
La búsqueda del propósito se ha convertido en otra neurosis mas. Buscamos una claridad en nuestra razón de existir, una seguridad de que recorremos un camino con la certeza del destino. La incertidumbre nos aterra, y dar un paso sin tener claridad del porqué lo estamos dando, nos saca de la zona de confort, nos incomoda caminar en la oscuridad, nos incomoda tener que idearnos creativamente la forma de iluminar el camino, de encontrar realmente la motivación para hacerlo.
Nos llenamos de excusas para no dar el paso que sabemos que debemos dar y nos convertimos en expertos procrastinadores que ven consumir los días uno a uno, sin emoción sin pasión, coleccionando arrugas, y kilos de mas, cuchareando la Nutella que calma la ansiedad existencial, hipnotizados en Netflix, Instagram y Facebook, soñando la vida que no nos atrevemos a vivir, esperando que alguien, que algo mágicamente nos solucione el eterno dilema de “ser o no ser”, caminar o esperar un poco mas, esperar el momento perfecto donde todas las variables que con la opresora razón justificamos se deben dar para que ese paso no sea en falso. ¡Que miedo que sea en falso!
Mediocremente queremos una certitud, una seguridad, una comodidad, el menor esfuerzo. Y pasamos a ser uno mas en los ejércitos de pusilánimes durmientes que conforman la mayoría de la humanidad, que pasa por este plano existencial sin siquiera atreverse a vivir un día en libertad, en libertad de las cadenas se sus propias limitaciones auto impuestas por el mismo miedo de vivir, sin enriquecerse ni gozar con todo lo que se nos ha sido dado desde el primer día, sin poder siquiera verlo, sin aceptar que la incertidumbre es lo único cierto y que el gozo de la vida radica en aceptar, en acoger esa incertidumbre con la confianza que al final saldremos ganando de la tormenta, bien sea que estrellemos el barco, o salgamos ilesos, ganaremos.
Los caminos fáciles se olvidan, que aburrido es recorrerlos. Los caminos que han sido difíciles, que caminamos sin conocer, sin equipaje, sin brújula, son caminos maestros, que nos dejan enseñanzas que se alojan en la mente y transforman en el corazón, dejando una impronta de por vida que nos transforman, que nos llevan a integrar y evolucionar, a recorrer el camino de la consciencia cada vez mas profundo.
Atreverse a vivir la vida es el sentido de la vida misma. Buscar el camino, es el camino.
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