Cuando nacimos todo estaba dado, había una claridad de cómo son las cosas, un Statu Quo preestablecido. Las experiencias que tuvieron nuestros antepasados, llevaron a crear un inventario de ideas y conceptos que se transformaron en herramientas e instituciones para poder sobrevivir.
El proceso de la vida lo llegaron a resumir en tres etapas: Estudio, Trabajo, Retiro. Y siguieron este orden su vida como un manual de instrucciones sueco, buscando conseguir el máximo potencial en cada una de ellas.
Estudie, claro pero no cualquier carrera, estudie algo que le pueda generar mucho dinero, y para eso es importante que sea en una institución reconocida mundialmente, para que pueda abrir sus posibilidades a otras economías mas desarrolladas.
Trabaje, claro pero no cualquier trabajo, busque entrar en una multinacional sólida, que le permita una estabilidad y un plan de carrera en dónde vaya escalando posiciones, hasta que consiga un cargo directivo, que le permita construir un fondo sólido de pensión.
Retírese, esta parte no esta tan clara, pero el objetivo es lo antes posible, con el máximo capital posible, pues es en esa etapa en dónde finalmente puede disfrutar la vida.
Compramos esas ideas, pero nuestra realidad empezó a cambiar. La pirámide demográfica empezó a engordar en la cintura, muchos profesionales jóvenes buscando entrar a pocas empresas sólidas. Las leyes de la naturaleza económica de oferta y demanda, llevaron a una baja salarial estrepitosa y constante. Los sistemas pensionales empezaron a derrumbarse alrededor del mundo y nosotros, “la generación estafada” ni trabajo, ni pensión. Hicimos lo que pudimos, luchamos en la arena que nos tocó. A los 40 con una hoja de vida de más de cuatro páginas entre estudios, posiciones laborales, y nombres de pasados empleadores, vemos como la gloria tan anhelada se aleja cada vez mas.
¿Qué pasó? La vida en tres actos no nos funcionó, seguimos el manual al pie de la letra, buscamos estudiar y nos esforzamos en entregar nuestra vida de 8am a 5pm, debajo de una luz de neón de la mejor forma en que pudimos.
Desilusionados, sentimos que fuimos engañados, que nada funcionó como debía funcionar, nos culpamos a nosotros, culpamos al sistema, culpamos a nuestros padres. Un profundo sentimiento de derrota nos embarga.
Con terror, vemos como se desbarata a pedazos nuestra tan anhelada seguridad. Embriagados en la neurosis del dinero, las frágiles bases que construimos empiezan a derrumbarse. La crisis que pudo empezar por el trabajo se transfiere al hogar. La pareja que escogimos ya es mas un peso adicional que nos aleja de ese espejismo glorioso al que nos aferramos. Todo empieza lentamente a caerse.
Misteriosamente, cronológicamente esta debacle empieza a desatarse a lo que se podría llamar, la mitad del camino. Con una expectativa de vida que hoy gira alrededor de los ochenta años. El kraken se libera alrededor de los cuarenta, y se entierra en lo mas profundo de nuestras creencias, llevándonos a dudar hasta de Dios mismo. Es una crisis existencial, es una crisis espiritual.
Tal vez este dantesco relato no sea el suyo, tal vez usted es uno de los pocos bendecidos que pudo transitar esta crisis de una manera casi imperceptible. Arrodillese, mire a su alrededor y déle gracias a Dios porque en el sorteo celestial antes de venir a este plano terrenal, usted sacó la balota del viaje en coche. Al resto de nosotros nos tocó a pié y descalzos.
Las comprensiones de nuestros antepasados, el inventario de verdades que pudieron validar, que no es otra cosa diferente a lo que llamamos experiencia, y que buscaron transmitirnos, no nos sirvió. Podríamos decir que en el juego de la vida, las comprensiones son personales, la experiencia es una herramienta personal que por mas que se quiera, no es transferible, es una herramienta que puede llamarse inútil pues los jóvenes no conocen y los viejos, por mas que quieran transmitirla, en su mayoría ni ellos mismos aplican.
La vida en tres actos, no es más que otro intento por dar sentido a nuestra existencia basándonos en experiencias ajenas.
La vida no tiene sentido realmente, somos nosotros quienes estamos llamados a darle sentido a nuestra propia experiencia, si no lo hacemos y seguimos los modelos estructurados por otros, inevitablemente rondáremos las vecindades de la frustración, la depresión, la angustia y claramente del sinsentido.
Decidir el sentido de nuestra existencia, siguiendo lo que nuestra alma nos grita, nuestra mente planea y actuar con entusiasmo y en coherencia, consciente siempre de una permanente evaluación y corrección del rumbo, es el acto de amor propio más grande que podemos hacer.