Nuestro entendimiento respecto al dinero es unidimensional, comienza y se acaba ahí, en el banco, al servicio de nuestro ego. Un instrumento con el cual creemos conseguir una anhelada seguridad y saciar el vacío que conlleva el simple hecho de existir.
Un eunuco que nos da esa palmada en la espalda ofreciéndonos el reconocimiento que tanto anhelamos en nuestra infancia, esa compensación frente la cruda realidad de que tal vez no encajemos en los modelos de belleza de la sociedad en que vivimos y nos permite adornarnos, estirarnos, agrandarnos y encogernos, no sólo en nuestra frágil psique, sino incluso en nuestro frágil y endeble avatar corporal.
El dinero, un fiel compañero en el bacanal que necesitamos para tapar la falta de amor de los primeros años y que buscamos en el fondo de una botella, o en la explosión animal de un agresivo y triste orgasmo estático de los sentidos, que al pasar nos deja con la sensación de haber sido engañados y en la miseria del alma necesitamos con lujuria repetir con ansiedad.
Es una herramienta que contrarresta el miedo primordial que sentimos de vivir en incertidumbre, que no concibe pasar un día sin un techo ya que pasar una noche viendo las estrellas es concebido como la mayor de las tragedias humanas, una catástrofe que se busca evitar a toda costa, así sea hipotecando nuestra alma por 30 años para poder experimentar una sensación de propiedad, que en realidad está empeñando nuestra libertad.
Una herramienta, para poder mentirnos y encontrar la manera de salirle adelante al de al lado a quién la vida injustamente le dio mas, dejándonos con migajas que no estamos dispuestos a aceptar, ciegos incapaces de ver con alegría lo que sí hay de verdad, sin poder entender el regalo que si tenemos: el aquí y el ahora.
Una herramienta que alimenta la sensación de no necesitar, y libera dopamina buscando ayudar a las pobres almas que miramos desde el pedestal del orgullo y la superioridad.
Lo mas común entre los hombres es tener al dinero en ese lugar, al servicio del ego que nos desconecta del espíritu primordial, que no nos deja ver de que somos ricos por el sólo hecho de existir, que somos reyes hijos de Dios y que no necesitamos llenarnos de placeres superficiales que una vez nos suben al “cielo” anhelado, se deshacen como un cubo de azúcar en un vaso de agua, soltándonos al vacío de nuestra vergüenza inicial.
Atesoramos el dinero, así como atesoramos nuestra capacidad de darnos al prójimo, de compartirnos y estar dispuestos a gastar un poco de la vida misma, de sentirnos merecedores del gozo divino, y de la gracia de la impermanencia. La avaricia nos consume y queremos conservar incluso si pudiésemos la misma respiración, para no gastar mas de lo necesario.
Nos cuestionamos nuestro propio derecho a la abundancia y a la riqueza, pues hemos manchado el dinero, en el fondo sabemos que despierta nuestros mas profundos demonios egoicos.
Aún así, el dinero es una realidad. Conlleva una energía que no podemos desconocer, es un asunto que debemos asumir.
El dinero como tal, no es nada realmente, es una idea, es un concepto, es una convención, Leer: "$1,000,000,000" en este escenario no produce ninguna emoción… pero si este fuese el extracto bancario, precedido de la palabra “saldo a favor”, desencadenaría una serie de emociones en nuestro interior, que no se liberan al leerlo aquí.
Si podemos ir más allá y ver el dinero, no cómo la unidad de medida simplemente, sino como la expresión viva de la energía transmitida en un acto de agradecimiento, que procede de mi propia y única capacidad humana de crear valor con lo que tengo y con lo que soy, ahí es cuándo puedo ver lo realmente sagrado: Mi propia capacidad de servir.
Puedo ver también lo sagrado, en el uso de mis potencialidades y la exigencia por aprender y mejorar continuamente. Lo sagrado del tiempo que me tomó crear ese valor, el tiempo que me tomó transmitirlo y comunicarlo.
El dinero es sagrado no por sí mismo, sino como símbolo de mi capacidad de generar valor, de servir, de crear, de aprender, de crecer, de comunicar y de transmitir mi propia esencia, mi propia capacidad de retoñar y florecer. De prosperar.
Cuando puedo ver el dinero de esta manera, como símbolo, cuándo puedo sacralizarlo no por lo que es sino por lo que representa, puedo entonces empezar a construir una relación armoniosa con él, en dónde lo respeto, pues me respeto a mi mismo y respeto también el dinero de los demás pues los respeto también a ellos en su propia capacidad y esfuerzo por generar valor.
En esta relación de respeto, la consciencia se amplía un poco, y ya no sólo estoy gastando dinero, sino que estoy compartiendo energía, energía creada por mi mismo y desde ese lugar puedo ser mas consciente del uso del mismo y empiezo a valorar cada gasto que hago, de una manera tranquila en dónde la energía fluye y me permite ver claramente la justificación de entregar esa parte de mi historia de crecimiento personal, espiritual y financiero en un nuevo teléfono o un viaje de descanso.
En este punto de mis días puedo ver con humor la relación banal que pude tener con el dinero anteriormente, cuándo no lo reconocía como un símbolo de algo mayor, más significativo, sino simplemente como el papel que podría saciar mis antojos y necesidades compulsivas. Imaginarme la batalla egoica que se presenta en una negociación por un artículo que sacia mi ansiedad producida por una necesidad de afirmación en este plano terrenal, una necesidad de manifestarle al mundo que “aquí estoy y soy importante” como un pincher ladra cuando se siente ignorado.
Hablar de dinero como tal, no me llama mucho la atención ya no inspira mi alma, es una conversación muy simple, muchas teorías se han escrito, muchos modelos de inversión y manejo llenan repisas en mi biblioteca, degradándose desde Graham hasta Kiyosaki. Es cuándo aparecen Kanheman y Thaler, con sus modelos de comportamiento heurístico y toma de decisiones en la economía comportamental, y que me llevan a conocer a Taleb quien integra nuestra relación con la incertidumbre y denuncia lo frágil de nuestros juicios racionales en las tomas de decisiones financieras, cuando empiezo a revisar el papel de las emociones en las finanzas personales.
Para mí el viaje del dinero ha sido un viaje de lo mundano y material, pasando por lo emocional y llegando a lo espiritual.
Integrar el ser a las finanzas, integrar la persona completa, no sólo su racionalidad, sino su visceralidad y su emocionalidad, ahí la conversación del dinero se enriquece de una manera exponencial y es allí donde veo que ya no vale hablar de finanzas personales simplemente, sino motiva mi alma un propósito mayor, más significativo, las Finanzas Transpersonales, el sentido del dinero en nuestras vidas y la relación neurótica que mantenemos con él reconociendo esa simplicidad de este instrumento, de un invento humano de una convención que nace por la simple necesidad de poder intercambiar justamente el valor generado con nuestro esfuerzo.
Hablar de Neurofinanzas, hablar de emociones y razón, hablar de Finanzas Transpersonales nos lleva al mundo del sentido de vida, de lo trascendente, de lo espiritual.
Esa es la conversación que me motiva, ver el dinero como la manifestación de la energía que viene de lo espiritual que se manifiesta como una expresión vivencial cargada de emociones que se traducen en lo material en lo terrenal de esta experiencia presente.
El dinero es Materia, nosotros somos la energía, la energía se transforma en materia, física pura, alquimia ancestral de ir a la vida con ganas y transformar la energía en materia, una materia que sea testimonio de una esencia espiritual, un dinero espiritual, un dinero sagrado.