“En los individuos, la locura es rara;
pero en grupos, fiestas, naciones y épocas,
es la regla”.
Friedrich Nietzsche
Hace unos años, mientras diseñaba unas charlas de finanzas personales para una compañía química, trabajaba sobre un concepto que reflejara los errores que cometemos en el manejo de nuestras finanzas y en los que como autómatas reincidimos sin darnos cuenta, y no sé porqué, en ese instante vino a mi mente una escena de un encierro en Pamplona, España.
Los sanfermines o las Fiestas de San Fermín se celebran cada año en la hermosa capital de Navarra y el encierro es una de las actividades que más convoca y que ha dado fama mundial a las fiestas. Consiste en correr delante de una manada de enfurecidos toros de lidia por las calles empedradas de esta ciudad, por más de 700 metros, hasta llegar a la plaza de toros. Nunca he estado en un San Fermín, pero las imágenes que se encuentran en Internet de los encierros dan fe de la adrenalina con la que corre la gente, la inconsciencia y el sálvese quien pueda. Esto me hizo reflexionar y no pude evitar encontrar una similitud con nuestra cruda realidad consumista a la que llamé “Síndrome de San Fermín”.
Empecé a buscar una imagen que me apoyara en la charla y conseguí una fotografía en donde aparecía un joven corriendo con un toro tras él, que seguro pesaba más de 500 kilos. La fotografía, en su inmenso arte, captura un momento, en este caso, el momento en el que veo la cara del joven con una expresión de terror, su cuerpo corriendo, tensionado. No puedo evitar cuestionarme: ¿en qué puede estar pensando este “cristiano” en este momento? Se dibuja una sonrisa en mi cara y la respuesta es obvia: ¡no está pensando en nada! Todo su sistema está activado en un instintivo: salvar la vida. Otra inquietud viene a mi mente: ¿cómo es que este joven, que podría estar en un asado con sus amigos o jugando fútbol en la mañana de domingo, termina en una situación de vida o muerte por voluntad propia? Observo a su alrededor y veo a cinco jóvenes más que, claramente, tienen una relación social de amistad con él, están en la misma situación y reflejan la misma ansiedad por salvar sus vidas.
Seguramente hace unos meses, en cualquier bar, seis amigos se reunieron, uno de ellos había visto los sanfermines y desafió a los otros a vivir esta experiencia extasiante, en búsqueda de un fix de adrenalina que los hiciera sentir vivos. Presionó, desafíó, estimuló, manipuló hasta que los convenció de hacer el viaje y pararse delante de estos majestuosos animales.
El plan sonó como la gran aventura de sus vidas hasta que llegó al momento de la foto, el momento de la verdad en donde se dan cuenta de que corren peligro. No hay tiempo para pensar en nada, es correr o morir. Ya están en el sistema, ya están en la carrera, los procesos cognitivos se detienen, todas las demás emociones son sofocadas por una solamente: el miedo. Solo se responde al instinto de supervivencia.
Todo esto es muy parecido a la inconsciencia colectiva en la que vivimos. La sociedad de consumo nos presiona, desafía, estimula, manipula, hasta que nos convence de que lo que queremos es una casa nueva, un carro último modelo o los zapatos y el reloj que luce la estrella de cine que tanto admiramos. Nos creemos el cuento. El mismo sistema nos pone los recursos con tarjetas de crédito preaprobadas que aparecen en nuestras manos con solo proporcionar nuestro número de identificación y una firma no corroborada, y cuando menos nos damos cuenta, estamos en la situación del hombre delante del toro: estamos luchando por sobrevivir. Nuestro toro son las cuentas apiladas de cuotas de tarjetas y obligaciones financieras que nos abruman y no nos dejan pensar claro. No hay tiempo para pensar en nada, es correr o morir. Ya estamos en el sistema, ya estamos en la carrera, los procesos cognitivos se detienen, los sentimientos son sofocados por uno solamente: el miedo. Y solo se responde al instinto de supervivencia.
A esto lo llamo el “Síndrome de San Fermín”, un síndrome que nos subyuga como sociedad, que no nos permite ver nuestra valía más allá de un billete. Y solo podremos dominar nuestras finanzas personales si hacemos consciencia de que tenemos tres cerebros donde estas deben ser dimensionadas, siempre y cuando tengamos el estoicismo y la voluntad para hacerlo.
Para ello es necesario empezar por tomar nosotros mismos las riendas de nuestras finanzas, conocernos, entender el inventario de conceptos que hemos dejado entrar en nuestro cerebro, en nuestro espíritu, y diferenciar los pensamientos del deber ser social versus nuestro propio deber ser. Darnos cuenta de que probablemente hasta hoy hemos sido solo nuestras circunstancias, pero que a partir de este momento, podremos entender el dinero como un medio y no como un fin y hacer uso de nuestros instintos, nuestra razón y nuestras emociones, para que sean nuestras decisiones de hoy las que le den forma a nuestro futuro.
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