Basado en una historia real.
“Taita, por favor límpiame este muchacho que está muy enfermo”, fue el requerimiento de mi terapeuta al chamán que oficiaba la ceremonia luego de mi séptima copa de yagé.
A mis 38 años todo parecía ir de acuerdo a lo planeado. Había logrado consolidar una práctica como Asesor Financiero en Bogotá. Luego de quince años manejábamos junto con mis cuatro socios un negocio que servía a mas de cuatro mil clientes, familias a quienes acompañábamos en la concepción y ejecución de un “plan financiero de vida”, un sueño hecho realidad: Creía que había encontrado en la asesoría financiera un camino al servicio social y de paso estaba prosperando en mi propia economía, con una oficina de más de 200 metros cuadrados y una nómina de casi veinte personas, que me permitía un nivel de vida soñado.
Pero algo no andaba bien. Todo giraba en torno al dinero. Claro, era una oficina de Asesoría Financiera, pero, ¿no se suponía que primero estaba el servicio a las familias? ¿No se suponía que lo que se había prometido ese joven imberbe al entrar a la facultad de finanzas, era la de poner el dinero al servicio de la tranquilidad, la prosperidad y la abundancia de aquellos a quienes sirviera?
Un profundo vacío empezó a llenar mi corazón, no importaba cuánto estudiara respecto al tema financiero, no importaba cuánto dinero ganara, o hiciese ganar a quienes “servia” no lograba bajar los niveles de ansiedad y frustración de mis clientes, socios, empleados y yo mismo caía en un maremagnum de dinámicas acompañadas de gastos y activos inútiles que se apilaban en mi oficina y en el garaje de mi casa de 500 metros a las afueras de la ciudad. Sumido en ocupaciones, reuniones, compromisos sociales, poco tiempo tenía para aprovechar dichos activos, disfrutar de mis tan preciadas posesiones y compartir con mi hermosa y jóven familia. La deuda se apilaba, buscando crear una empresa cada vez más grande, que generara impacto en la sociedad y también, tengo que aceptarlo, que alimentara mis propias vanidades.
Fue así como en el 2015 decidí poner fin a todo esto. Despedí asesores y backoffice, y recompré a mis socios. Sólo en las aguna vez soñadas oficinas de Peña Infante Asesores SAS, e inundando de deudas empezó mi redención.
“Está muy enfermo”… ¿De qué habla? Tengo una salud inmejorable, no recuerdo la última vez que me resfrié, nunca me duele nada y siempre me he preciado de ser una persona saludable. ¿De qué habla mi terapeuta? ¿Cómo así que enfermo?.
La mañana llegó, una larga noche para mi, viendo como mis compañeros despertaban de su “viaje cósmico”. Tenían luz en sus caras, todos sonrientes, se veía luz en sus ojos, en silencio, nadie comentaba, pero había una especie de entendimiento grupal y de comunión en la experiencia que habían vivido. ¿Yo? Bueno, yo estaba trasnochado y malhumorado, retumbaban las palabras de mi terapeuta, y trataba de hacerme a lo que fuese que hubiese pasado esa noche, solo me quedaba con el olor al aguardiente que el indígena había escupido en mi, sus cantos incomprensibles y uno que otro raspón en mi cuerpo de la despercudida que con ramas de mirto, o no se que, me había “limpiado”
La vida continuó. Trataba de mantener mi cuento de Asesor Financiero, y mi día se iba tratando de conseguir clientes, implementar productos financieros, atender las instituciones acreedoras que cada vez acosaban mas y hacerme a una nueva realidad en la mas profunda soledad, Mi terco ego no me dejaba ver que en realidad nunca había estado solo.
Hacía ya unos meses había empezado un “curso” en psicología transpersonal, al cual llegué guiado por un sinnúmero de ángeles que aparecían en mi camino, disfrazados de sacerdotes, terapeutas y nuevos amigos que estaban “en el camino”, no era consciente en el momento, pero Dios ponía almas nobles en mi vida que trataban de mostrarme una nueva realidad de la cual había estado huyendo inconscientemente toda mi vida: El camino del Espíritu. Terco, porfiado, soberbio, no recibía nada de lo que, con amor, se me estaba ofreciendo.
La oportunidad se presentó: Una “peregrinación” al Amazonas, de diez días en donde se buscaría vivir la medicina ancestral del yagé, acompañados directamente por la sabiduría de los indígenas Cofán.
“Limpie este muchacho que está muy enfermo” .
Desafiado por esa afirmación, decidí buscar un cupo en esa peregrinación, y en un gesto de amor profundo, puedo ver hoy, fuí aceptado a acompañar un pequeño grupo de buscadores de Dios. Con mucho miedo, pero con un deseo que ardía en mi corazón y una profunda e inexplicable seguridad, me embarque en este viaje.
Luego de un largo trayecto en avión, taxi, bus, canoa y a pie llegamos a una humilde casa de madera perdida en el brazo de un afluente del río Amazonas, allí el Taita y su hermosa familia nos esperaban. Fueron diez días en donde la “medicina” finalmente me permitió ver su poder. Viví estados de conciencia que nunca creí posible.
Los primeros días fueron difíciles, vi mis mas oscuros demonios, y muerto de miedo libré batallas impensables, contenido por el amor de mis compañeros y la fuerza de los taitas y terapeutas que nos acompañaban.
Poco a poco la medicina fue tornándose compasiva, y vivi comprensiones mas nobles, amorosas. Pude entender como Dios está dentro de mi y como actúa a través de las almas nobles que se permiten ser inundadas de su mas profundo amor.
Entendí que la enfermedad es la neurosis en que vivimos la mayoría de las almas en este plano terrenal, en cómo nos perdemos en las banalidades, en la vanidad en la que fuimos adoctrinados, el poder el sexo y el poderoso dinero. Contacté con el verdadero poder: El poder de nuestra esencia y la salud a la que todos estamos llamados, a la verdadera tranquilidad, la prosperidad y la abundancia a la que todos tenemos derecho, pero sobre todo el deber que tenemos de buscar estos estados en cada momento presente.
Mi vida ha cambiado, he vivido una profunda transformación, me pierdo, claro y el ego vuelve constantemente con sus poderosos trucos y artimañas pero ya lo puedo ver, y ruego a Dios desesperadamente todos los días, que no me deje perder nuevamente. He encontrado en Cristo el guía que siempre ha estado ahí. La meditación la oración, son prácticas que se me dificultan, pero que inyectan pequeñas gotas de fuerza y Fe, pequeños momentos de consciencia que enderezan levemente mi caminar diario.
“Oh Espíritu Santo, Amor Supremo, concédeme la gracia de oírte siempre en la voz de mi alma, inunda mi corazón, inspira mis pensamientos, ilumina mis decisiones, guía mis actos. Dame el valor de vivir cada momento presente, consciente, y responsablemente, para la mayor gloria de Dios e intensamente, para la inspiración del prójimo y mi propia salvación.”
Despacio y con profunda compasión, he ido sanando de la agresiva enfermedad que me aqueja. Dios no me abandonó.